Donaire
viene de México
de
la pluma de María,
lo
mismo que Sombraluna;
recuerdos
cuando era niña.
Donaire
juega en el parque,
da
saltos bajo la lluvia,
no
se aparta de un paraguas
y
te dibuja sonrisas.
Aires de Don Aire
María García Esperón
Señor Don Aire que vas
Señor Don Aire que vienes
que caminas por la calle
y un paraguas te sostiene.
Tu cuerpo de junio claro
se dobla al compás del
viento
y el bolsillo de tu saco
deja espacio a tu salero.
Las olas del mar te dicen
-¿Qué hay bueno, señor Don
Aire?
y tú, con tu mano llana,
le entregas tus alamares.
En los hornos de la tarde
ya están cocinando
estrellas
de ajonjolí, de canela,
de anís y de yerbabuena.
Y en la fuente de la plaza
se bañan las azucenas.
De torres blancas y nardos
se acuerda el señor Don
Aire
cuando atraviesa esa plaza
viniendo de aquella calle.
El hombre de los helados
le ofrece su mercancía
le pone en los labios
gotas
de amaranto, de alegrías.
Obleas que dicen
historias,
barquillos que no navegan
galletas heladas, romas,
bocados de la sorpresa.
El sol, que no come
helados
devora el color de piedra.
La sombra de tu sombrero
se asombra de primavera.
La banca verde del parque
con ganas de ver el
kiosco,
se pone de pie, Don Aire,
y se cala sus anteojos.
Rodeada de enredaderas
estaba la celosía.
Por ella pasaban sueños,
y pregones... y Lucía.
Pusiste tu pie, Don Aire,
en el tren de los
turistas.
Te amarraste tu pañuelo
y anunciaste la salida.
Un enjambre de buñuelos
se prendió de tu sonrisa.
***
La rueda de la fortuna
se marchaba de puntillas.
***
Los patos del tiro al blanco
abrían las alas alertas.
(Fuiste tú quien les
propuso
tirarle a las escopetas.)
Los días de enero te
llegan
en ronda de pensamiento.
Por febrero te deslizas
con veintiocho cielos
plenos.
Marzo te da aceitunas,
abril te deja recuerdos,
Si mayo es collar de
espuma,
junio es jazmín y romero.
Julio es caserío de
estrellas,
agosto es oro y es heno.
Septiembre de uvas y
canto,
octubre de luna y nuevo.
Noviembre que es nueve y
once,
diciembre es diez y
doceno.
Ya vuelve enero, Don Aire,
corona de pensamiento.
Don Aire tiene doce años
y rebosa de caudales,
de rosas para los vientos,
de barcos, de capitanes.
Sabe cientos de palabras,
de números, más que ciento.
Sabe templar las escuadras,
con ellas traza certero.
Compases le dan naranjas,
transportadores, senderos.
De gomas hace migajas,
con letras es milagrero.
Fracciones le hacen mandados.
Quebrados los torna enteros.
Es en diptongos un hacha,
luz en objeto directo.
Cuando Don Aire se cansa,
con dibujos llena un pliego.
Pinta un atún, una gata,
dos dragones, un guerrero.
Sobre ellos espolvorea
con polvos de su salero
y salen todos, a tiempo
de jugar en el recreo.
De tu bolsillo Don Aire,
se escapan, listos, los
sueños.
Con tu voz, siempre tan
clara,
se enjuagan los limoneros.
Cuando miras esa rama
se levanta la mañana.
Don Aire es un pajarero.
Pero en su jaula no hay
aves.
Hay espacios, hay ventanas
Y cantan las libertades.
Es pajarero niño.
Es pajarero
y sus alas abiertas
tiende hacia el cielo.
Cuando Don Aire se asoma
a mirar trozos de cielo
del cielo que tiene sombra
le llueven los
sentimientos.
Se pone la gabardina,
se quita el aburrimiento.
Lo aroma la brisa tibia,
lo envuelve el olor del
verso.
Se lo lleva la brisa
con alegría
y en el pelo le deja
sus maravillas.
¡Al arma! ¡Al arma, Don
Aire,
que se llevan tus
caudales!
Que han abierto el cofre
blanco
donde guardas cantidades
de conchas de caracoles,
de abejas de fino talle,
de gorros rotos de duendes
de velas blancas de naves.
Las palomas mensajeras
se llevan tus novedades,
ya vuelan por la ventana
te dejan solo, Don Aire...
Don Aire sí que es poeta.
Es poeta y no lo sabe:
-Palabras son mariposas
son cosa de regalarse.
Si yo les pusiera precio
-me dijo el señor Don
Aire-
ya no me pondrían veleros
en los mares de la tarde.
No me pondrían veleros.
No me pondrían.
Y yo por la tristeza
navegaría.
Esa tarde, en la laguna
perdió el barquito de
vela.
Primero fue como un
triángulo,
luego una raya, una perla.
Se disolvió de camino,
de luz se hizo maletas...
Don Aire, de pie en la
arena,
estaba triste mirando
la raya de luz vacía
de su barquito de vela.
Al pie de su limonero
Don Aire confió secretos.
Los envolvió en hojas
claras,
los perfumó con recuerdos.
Los guardó para mañana
para diciembre o enero...
Para escalar la montaña
y remontar el riachuelo.
El árbol le contestaba
con cabezadas de abuelo,
con un silencio plateado
como el silencio de un
sueño.
Don Aire, abajo del río
se reúnen las estrellas.
Lavan sus manos con agua,
el pelo lavan con hierbas.
Después, en sus pies de
plata
calzan sandalias de
perlas.
(Lo he visto en la noche
clara
cuando se apaga la feria).
En ese tren de mentiras
que atraviesa la alameda
prendes tu sueño, Don
Aire,
tu mirada y tu bandera.
Con sonidos de colores
de marimba de aquel día
dibujaste en la luz plena
la sombra de una alegría.
El niño del pescador
se sumergió ante tus ojos.
Cuando volvió traía el
mar,
un mar moreno y ansioso.
Una moneda en los labios
Un raspón nuevo en el
codo,
memorias de caracoles
y de extraviados tesoros.
Por los mares de Don Aire
me embarqué aquella tarde
y me sorprendí remando
por su sueño interminable.
Y me sorprendí llorando.
Y me consolé en seguida
para atrapar la marea,
con su luna aún encendida.
Los mares de Don Aire
salen todos de una fuente.
A la fuente fui por ellos
y la fuente no encontré,
Solamente una de miel.
Fuente de oro junto a un
rey.
Salió Don Aire del verso
y te puso su sombrero,
cinta grana en tu paraguas,
y más sal en tu salero.
Salió Don Aire y airoso
agitó su pluma al viento,
le dio puntos a las íes
y firmó sus hasta
luegos,
Para volver a encontrarte.
Para volver a encontrarse.
Para sentarse en la banca
a ver oler los azahares...