jueves, 31 de octubre de 2024

El doctor Spantus




Esa tarde tenía fiebre y me dolía la panza. Mi mamá ya me había dado un té de manzanilla y me ponía paños mojados sobre la frente. Estaba ardiendo en calentura y me dio unas gotas que vomité y después de hablar con sus hermanas y amigas, fue a comprar supositorios para bajar la fiebre.

Pero la fiebre no cedía. Fue entonces que mi mamá desesperada comenzó a preguntar si alguien conocía a un pediatra confiable y que estuviera en la zona.

Varias personas recomendaron al doctor Spantus como lo llamé desde el momento en que entramos en su consultorio.

 

Llegamos a un moderno hospital privado y en la recepción nos dijeron que subiéramos las escaleras y a mano izquierda en el consultorio 208 estaba el pediatra. La señorita nos dijo que tocáramos la puerta ya que el doctor no tenía secretaria.

Así lo hicimos y apareció el doctor Spantus entreabriendo la puerta. Mi mamá le dijo que veníamos a la cita que había solicitado por teléfono.

El doctor Spantus abrió su puerta solamente lo necesario para que pasáramos mi mamá y yo pero una por una. El consultorio estaba en penumbra y el ambiente enrarecido ya que parecía que ahí no se abrían ventanas para que entrara el aire ni cortinas para que iluminara el sol.

El doctor Spantus tenía color cetrino, era bajo de estatura, delgado, viejo pero no muy viejo pues no tenía canas. Su cara no expresaba ninguna emoción. No podías decir si estaba contento, enojado, aburrido, cansado, deprimido… Lo que sí pude asegurar es que su corazón estaba congelado o petrificado y que no parecía haber un jardín dentro de él.

Mientras le hacía las preguntas de rigor a mi mamá, yo observaba el consultorio y fue cuando sentí escalofríos que me cortaron en el acto la fiebre: todas las superficies estaban tapadas con sábanas y se adivinaban objetos debajo de ellas. Comencé a pensar que tenía niños disecados en cajas o jaulas y que tal vez él dormía en su consultorio y que cuando llegaban los pacientes, cubría su cama, su estufa y su mesa en la que se comía a los niños.

Estaba yo sudando frío. El doctor continuaba haciendo preguntas y ya se acercaba a mi pidiendo que sacara la lengua y dijera ¨Aaah¨

Cualquier enfermedad que tuviera, se me había ido con el espanto.

El doctor Spantus sacó una paleta de dulce caduco de un viejo frasco donde había otras paletas que parecían llevar años ahí guardadas y me la regaló mientras escribía una larga lista de medicamentos en la receta que le entregó a mi mamá.

Salimos sin decir ni una palabra y fuimos directo a la farmacia donde mi mamá compró todos las medicinas que venían en la receta.

Llegando a la casa, intentó darme los medicamentos a cucharadas y luego en un vaso de agua las gotas de varios frascos que me curarían pero yo ya estaba curada de espanto. Todo lo vomité y se me fue la fiebre.

Y desde entonces cuando nombraban al doctor Spantus, a mi me rechinaban los dientes y volvía a sentir ese escalofrío que me penetraba hasta los huesos. Mi mamá entendió y no me volvió a llevar con él.

Sin embargo cuando nació mi pequeño hermano, fue como si le hubieran lavado el cerebro a mi mamá y también lo llevó con el doctor Spantus para que le revisara una mordedura de perro debajo del ojo.

Lorde

Lorde
lgarciaesperon@yahoo.com

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