Generalmente insistimos a los niños sobre la importancia de saludar a los demás pero ¿se han fijado si todos los adultos saludan a los niños?
EL ÁNGEL BUENOS DÍAS Y
EL MURCIÉLAGO NO-SALUDO
María
García Esperón
A Clara le gustan los pepinos con sal, limón y chile ,
que le cuenten historias de su familia, andar en bicicleta y bailar. Le
desagrada llevar a la escuela lunches vergonzosos (luego te explico qué
es eso) y que su mamá le ponga camisetas de manga larga debajo de la blusa; pero sobre todo, lo que
más le disgusta es que los adultos no la saluden.
A veces, los niños, que son más chicos y se supone que
saben menos cosas que los adultos, se portan más educadamente.
-Qué tal, Clara –dice María, que tiene nueve años.
-¿Cómo estás, Clara? –dice Jerónimo, de seis.
Y el colmo:
-Hola, Cara– medio dice Erik, de tres.
Clara tiene siete años y cuando llega a algún lugar
siempre, pero siempre, saluda. A los chicos y a los grandes. A los animales y
hasta a las macetas. ¿Y cómo no va a saludar a Uñas, el gato de la
vecina, si todas las mañanas se mete a su recámara por la ventana entreabierta
y se entera de los sueños de Clara fresquecitos, acabados de salir de la noche?
¿Cómo no va a saludar a Lunita, la coneja de su primo, que un día le
hizo el favor de comerse disimuladamente la lechuga de su plato, que no le
gusta? ¿Y la bugambilia que está frente a la puerta de su casa? ¿Cómo no va a
saludarla, si ha crecido con ella y está de su mismo tamaño?
Cuando alguien la saluda y verdaderamente se interesa
por ella, a Clara se le hace de día en su interior. Cuando la ignoran y pasan
de largo como si fuera invisible, a Clara se le hace de noche. De noche oscura
y con tormenta.
Y no es que sea exagerada. Es que a ella le importan
mucho esas cosas. Y ya verás que tiene razón.
Clara vive en una pequeña ciudad en la que es posible
encontrarte en la calle a tus familiares, a tus compañeros de la escuela, a los
maestros y a las amigas de tu mamá.
Pues venía Clara con su mamá atravesando la placita
cuando vio venir hacia ellas a la directora de su escuela.
¡Le dio mucho gusto! ¡La Directora! ¡La que todos los
lunes dirige la ceremonia de Honores a la Bandera! ¡La que decide qué maestra
le toca a cada quien!
Clara puso su mejor sonrisa y aguardó pacientemente a
que su mamá y la directora intercambiaran besos. Conversaron brevemente.
Intercambiaron unos números telefónicos. Se dieron otro beso. Muá-muá. Y
se despidieron.
La Directora de la escuela de Clara ni siquiera volteó
a ver a Clara.
La mamá de Clara estaba muy apurada para llevar a Clara
al dentista.
Clara no podía creer que la directora de su escuela la
hubiera ignorado.
Nadie dijo nada sobre el no-saludo de la Directora.
Pero esa noche...
Clara decidió que pondría las cosas en orden. Si
algunos adultos se portaban de manera tan grosera, allá ellos. Y antes de
dormir, muy calladita, cogió la caja de plumones que le regaló su papá y su
cuaderno de cuadritos. Dividió en dos una hoja y pintó una mitad de azul claro
y la otra mitad de negro, a secas. Sobre el color azul dibujó un ángel y sobre
el negro un... -¿qué será bueno? –pensó. -¿Un diablo? No... me gusta el color
rojo, es alegre. Dibujaré un murciélago.
Y así lo hizo. Dibujó un murciélago con las alas
extendidas, negro como la noche, pues era el murciélago del No-Saludo.
Y del lado azul Clara escribió los nombres de sus
papás, el de su abuelita y el de su primo y por supuesto a María, Erik y
Jerónimo. Del lado negro, pensó escribir el nombre de la Directora, pero se
dijo:
-Le daré otra oportunidad.
Clara se fue a dormir.
El lado negro se quedó vacío.
-¡Psst... oye tú, angelito!
-Buenas noches, ¿en qué puedo servirte?
-¡Órale, qué educado! ¿Te crees mucho, no? ¿No sabes
para qué nos inventaron?
-Para hacer de este mundo un lugar mejor.
-¿Y nos pusieron nombres?
-Mmm, déjame ver... Oh, sí. A mí me llaman el Ángel
Buenos Días y a ti, el Murciélago No-Saludo.
-¿Así que me tocó bailar con la más fea, verdad
angelito? –le preguntó el Murciélago
No-Saludo al Ángel Buenos Días cuando tomados del brazo (bueno, de las
alas) iban en camino a casa de la Directora.
-Según se mire, amigo mío. A la larga, harás tú más
bien que yo. Y la Directora está bonita. Y se pondrá más bonita cuando salude y
sea más educada.
-¿Qué hacemos? ¿La asustamos?
-No es necesario. Mejor le produciremos un sueño que
la transforme en una mejor persona. Te dije que fuimos inventados para hacer de
este mundo un lugar...
-¡Mejor! ¡Ya oí! ¡No seas pesado!
El Ángel Buenos Días se llevó el dedo índice a los
labios para indicar silencio, pues ya estaban en la habitación de la Directora.
Ésta dormía. El Murciélago No-Saludo se ubicó sobre su rostro y comenzó a
aletear. Movía sus alas lentamente, produciendo un vientecillo que se convirtió
en sueño.
Y ahí tienes a la Directora llegando en su sueño a la
escuela, al salón de juntas donde estaban todos sus maestros charlando
animadamente. Cuando ella entró, ninguno volteó a verla, nadie la saludó y
cuando quiso hablar para manifestar su presencia, no le salió ni un sonido de
su boca. Como si no existiera, los maestros discutían acaloradamente:
-Como no hay Directora, instalaremos una junta de
emergencia.
-Todos seremos Directores.
-¿Los niños también?
-Claro, sobre todo los niños.
-¿Y por qué destituyeron a la Directora?
-Porque no saludó a una niña.
-¿Cómo fue capaz de hacer eso?
-Hay que predicar con el ejemplo.
-Qué bueno que la destituyeron. Quien no saluda a una
niña no merece ser ni Directora, ni Maestra, ni Adulta, ni nada. Si les estamos
diciendo continuamente a los niños que deben ser educados y saludar y nosotros
somos los primeros en faltar a la más simple regla de educación, este mundo se
pondrá de cabeza.
-Festejemos la destitución de la Directora-que-no-merecía-serlo
compañeros.
-¡Festejemos!
La Directora empezó a angustiarse seriamente en su
sueño.
Y entonces el Ángel Buenos Días, con toda cortesía, le
pidió permiso al Murciélago No-Saludo para ocupar su lugar. Y comenzó a mover
suavemente sus alas. Y el vientecillo azul le produjo a la Directora este
sueño:
Salió del salón de maestros, oyendo todavía las voces
que festejaban su expulsión de la escuela que había fundado. Salió de la
escuela, sintiendo que su puerta se cerraba para siempre. Caminó por la calle y
llegó a la placita. A lo lejos, observó que venía caminando Clara, una niña que
cursaba el segundo año de primaria en su escuela, acompañada de su mamá.
Cuando estuvieron frente a frente, lo primero que notó
la Directora fue la carita de Clara, emocionada y contenta por tener la fortuna
de encontrar a la directora de su escuela, el temblor festivo de sus ojos y la
coloración gustosa que adquirían sus mejillas. De modo que se sintió conmovida
y antes de saludar a la mamá de Clara, se dirigió a la niña y además del
“Buenos Días” de rigor, le manifestó que le daba mucho gusto encontrarla, tanto
en el colegio como en la calle y que era lo mejor que le había pasado en el
día. ¡Y vaya que era cierto!
El Ángel Buenos Días y el Murciélago No-Saludo
regresaron a su cuaderno y se durmieron, pues estaban exhaustos. Al día
siguiente se quedaron dormidos y no sintieron cuando Clara los llevó a la
escuela. Por eso no vieron ni escucharon a la Directora, que hizo una ceremonia
especial en el patio para hablar a los alumnos de la importancia de la
educación y en especial del saludo. Dijo que muchas veces, los adultos cometen
el error de no saludar a los niños. Que por prisa o descuido consideran que los
niños no tomarán en cuenta el que los saluden o no. Y saludar es muy importante:
es reconocer con amabilidad la existencia de las otras personas.
-Saludar contribuye a hacer de este mundo un lugar
mejor -concluyó la Directora con una sonrisa.
En la tarde, después de la comida, Clara abrió su
cuaderno y escribió en el lado azul, con letra cursiva –que le gusta más que la
de imprenta- el nombre de la Directora.
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