Me complace presentar
a tan notable audiencia
un espectáculo jamás mirado
en esta bella ciudad.
Nada más, ni nada menos
les hablo yo del Circo del…
¡No!, ¡no!, ¡no!, ¡no!,
no se trata de ese circo;
pues nos pueden demandar.
El Circo que presentamos
es el Circo de los “Cien días”.
Este nombre singular
se debe a que solamente
cien representaciones da,
en todo un año cabal.
Lo que ustedes van a ver
es lo más sobresaliente
de su actual Presentación;
en tournée por toda América
con el nombre “Zarabanda”.
Aquí es cuando mis compañeros
deben de estar muy atentos,
pues todos nosotros juntos, somos el circo.
Escuchen pues muy bien
La lista del casting solicitado:
Monsieur Mousse, que es el fortachón del circo,
un equilibrista que no tenga miedo a las alturas,
una colombina graciosa y que le guste bailar,
tres malabaristas diestros en este difícil arte,
tres Payasos,
cuatro gimnastas,
un bufón a quien le guste contar historias,
una princesa encantada y encantadora,
el señor de la niebla, o sea, el malo del cuento,
varias hadas que le den magia a nuestro cuento,
y por último: un ligero corcel blanco
Directamente de Francia,
como fortachón del circo
tenemos a Monsieur Mousse;
un Hércules por su fuerza,
por su valor, un león.
No solamente levanta
una estrada en su cabeza,
un coche con los dos brazos
y una motocicleta en cada mano;
también ha llegado a alzar
un camión en su espalda.
Cuando en la pista aparece,
da una vuelta saludando
mostrando así su figura,
sorprendiendo a su público.
Para emocionarnos, ruge
y los payasos asustados,
se esconden en un rincón.
Monsieur Mousse no sólo es fuerte,
es también muy presumido,
bien plantado y atrevido,
apuesto, gallardo y diestro,
con aires de gran galán.
Y aunque raro sea encontrar
fuerza unida a inteligencia,
este Coloso de Circo
sí tiene en la mente brillo.
Por señas particulares
de arriba abajo lo describo:
sus cejas negras y espesas
son los arcos de dos triunfos
que se vuelven ojivales
cuando mucho esfuerzo hace.
Un mostacho negro y fino
enrollado a los dos lados.
Su cuello es una columna
y se ensancha a voluntad;
sigue un pecho impresionante
y una cadera esbeltita.
Las piernas son unas rocas
afianzadas a sus pies.
Aparece en pista ahora
el equilibrista andino,
saluda a todos y pronto
sube altas escaleras.
Se dispone ya a cruzar
todo el espacio celeste
por un hilo tan delgado
que nadie lo puede ver.
Allá en lo alto si miras,
va él caminando en el aire
con paso siempre seguro
y la sonrisa en los labios.
Llega por fin con su amada,
la graciosa Colombina.
Ella aplaude su valor
y un beso en premio le manda.
Sin saber de dónde lo saca,
gran regalo le presenta:
es una bicicleta alada
para que no se fatigue
su Romeo al regresar
por ese delgado hilo.
Mientras tanto, allá abajo
llegan los malabaristas.
Traen consigo
esferas como naranjas
y bolos multicolores.
Inician los malabares,
se van desplazando mundos,
miras planetas girando
tan veloces que te aturden.
Todo es color en esferas
movimientos que no cesan.
Cuando de tanto mirar
sientes los ojos cansados.
Pensando en esto te quedas
cuando sin saber por dónde,
cómo, ni cuándo llegaron,
descubres a los payasos
y aunque aquí tus ojos cierras
por un antiguo temor,
te das cuenta de una cosa,
los payasos no te espantan;
son chistosos y espontáneos,
sus actos son divertidos
y atraen toda tu atención;
no sólo provocan risa,
también asombro y sorpresa
pues hacen actos de magia.
Con ellos viene un bufón
como en las Cortes de Reyes.
Él se va a la otra pista
para demostrar su ingenio
en el arte de alegrar
y entretener a su público.
Con piruetas, saltos,
maromas y otras acrobacias
te asombran las gimnastas.
Han llegado de repente,
vestidas de muchos colores.
Por mas que quieres contar
no aciertas a saber si son
Cinco, diez o veinte;
tan rápido que se mueven,
pareciera que volaran
y que fueran a quebrarse
al hacer sus contorsiones.
Aunque te han maravillado
las cabriolas de colores,
la magia de los payasos,
y toda la prestidigitación,
ya estás un poco cansado.
De pronto una melodía
atrae toda tu atención
y ves a la hermosa Colombina
danzando alegre en la pista.
Es tal su gracia y donaire
que a todos ha embelesado.
Después de mucho bailar
se dirige a su columpio.
Es ahí cuando el fortachón,
Monsieur Mousse,
con afán de apantallar
enfrente de ella levanta
una grada con cien gentes.
Colombina ni se inmuta,
pero aplaude al fortachón
por no ser maleducada.
El bufón enamorado,
suspira fuerte
y late su corazón.
por la hermosa Colombina
¿Cómo podría conquistarla?
¿Con flores, dulces y cantos?
¿Con maromas o con risas?
Mejor contándole un cuento:
Todos se sientan y escuchan.
Había una vez en un bosque
de un conocido país,
una princesa dormida
bajo la sombra de un sauce.
Es Lucinda la princesa
que aburrida en su palacio,
no encontraba diversión
y salió a dar un paseo.
Un paseo corto, pensó
pues el día menguando está
y es menester regresar
a la hora de cenar.
Caminaba la princesa
repasando pensamientos
y tan distraída iba
concentrada en abstracciones
que ya no supo
dónde quedó su palacio.
Comenzaba a oscurecer
cuando se sintió extraviada.
¿Por qué distraída iba?
se reprochaba a sí misma.
“Debo encontrar el camino
de regreso al palacio”.
El hada tornasolada
que se encontraba en el bosque
buscando savia en las plantas
para elaborar perfumes,
divisó a la princesita
y supo que estaba extraviada.
¡Pronto! – se dijo volando;
Dejó la sabia labor
y mejor se preocupó
en proteger a Lucinda,
revoloteando en lo alto
como una atenta lucecita.
La pobre princesa nuestra
camina una y dos horas,
le duelen mucho los pies,
el cansancio la ha vencido.
Encuentra este sauce llorón
y decide descansar,
pero se queda dormida.
Mientras Lucinda dormía,
el Gran Señor de la Niebla
salió de una nube de bruma,
causando enorme temor
a todos los animales,
pero menos a Lucinda
que tiene un sueño profundo.
Hay una espesa neblina
no se distingue Lucinda.
Se escucha una horrísona voz:
-¿Qué hace aquí esta princesa,
dormida en mis propiedades?
¡No sabe acaso que el bosque
es mío y de nadie más!
¡Y no permito yo a humanos
en mis dominios dormir!
Lucinda duerme tranquila
pues las hadas del lugar,
alertadas en sus troncos
salieron todas volando
a brindar su protección
al sueño de la princesa.
¿Y qué sueña la princesa?
Ella sueña en una pista
del Circo de los Cien Días
donde un caballito blanco
da vueltas casi volando.
En su lomo se ve ella
vestida de bailarina,
danzando siempre ligera
y enviando besos alados.
En el bosque sale el sol
y ese temido señor
de la niebla o la neblina
rápido se evaporó.
Ahora el sol está en lo alto
cuando manda una emisaria;
al hada tornasolada.
Lucinda despierta al fin
Y no lo vas tú a creer
que en medio del bosque ve,
nada mas ni nada menos
la Carpa de un Circo Brillante.
¿Adivinas?
¡Eso es!
¡La carpa de los Cien Días!
Se acerca y se anima a abrir
la cortina de la magia
y lo primero que ve
es el caballito blanco
dando vueltas a la pista
con ligera bailarina
sobre su lomo feliz.
Lucinda duda si es real
esto que está ella mirando;
piensa que sigue soñando
y ya se va a pellizcar,
cuando sentado en un palco
del Circo de los Cien Días,
ve ella a su padre el rey
muy divertido aplaudiendo.
Todos vuelven la cabeza
hacia la linda princesa.
Colombina se le acerca
y con graciosa caravana,
la invita a participar
en una hermosa danza,
cerrando con broche de oro
la función del día de hoy.
FIN
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