Cuento Poema de Lourdes García Esperón
Me complace presentar a tan notable audiencia un espectáculo jamás mirado en esta bella ciudad.
Nada más, ni nada menos les hablo yo del Circo del… ¡No!, ¡no!, ¡no!, ¡no!, no se trata de ese circo; pues nos pueden demandar.
El Circo que presentamos es el Circo de los “Cien días”. Este nombre singular se debe a que solamente cien representaciones da, en todo un año cabal.
Lo que ustedes van a ver es lo más sobresaliente de su actual Presentación; en tournée por toda América con el nombre “Zarabanda”.
Aquí es cuando mis compañeros deben de estar muy atentos, pues todos nosotros juntos, somos el circo.
Escuchen pues muy bien La lista del casting solicitado:
Monsieur Mousse, que es el fortachón del circo, un equilibrista que no tenga miedo a las alturas,
una colombina graciosa y que le guste bailar, tres malabaristas diestros en este difícil arte, tres Payasos, cuatro gimnastas, un bufón a quien le guste contar historias, una princesa encantada y encantadora, el señor de la niebla, o sea, el malo del cuento, varias hadas que le den magia a nuestro cuento, y por último: un ligero corcel blanco
Directamente de Francia, como fortachón del circo tenemos a Monsieur Mousse; un Hércules por su fuerza, por su valor, un león. No solamente levanta una estrada en su cabeza, un coche con los dos brazos y una motocicleta en cada mano; también ha llegado a alzar un camión en su espalda.
Cuando en la pista aparece, da una vuelta saludando mostrando así su figura, sorprendiendo a su público. Para emocionarnos, ruge y los payasos asustados, se esconden en un rincón. Monsieur Mousse no sólo es fuerte, es también muy presumido, bien plantado y atrevido, apuesto, gallardo y diestro, con aires de gran galán. Y aunque raro sea encontrar fuerza unida a inteligencia, este Coloso de Circo sí tiene en la mente brillo.
Por señas particulares de arriba abajo lo describo: sus cejas negras y espesas son los arcos de dos triunfos que se vuelven ojivales cuando mucho esfuerzo hace. Un mostacho negro y fino enrollado a los dos lados. Su cuello es una columna y se ensancha a voluntad; sigue un pecho impresionante y una cadera esbeltita. Las piernas son unas rocas afianzadas a sus pies.
Aparece en pista ahora el equilibrista andino, saluda a todos y pronto sube altas escaleras. Se dispone ya a cruzar todo el espacio celeste por un hilo tan delgado que nadie lo puede ver. Allá en lo alto si miras, va él caminando en el aire con paso siempre seguro y la sonrisa en los labios. Llega por fin con su amada, la graciosa Colombina.
Ella aplaude su valor y un beso en premio le manda. Sin saber de dónde lo saca, gran regalo le presenta: es una bicicleta alada para que no se fatigue su Romeo al regresar por ese delgado hilo.
Mientras tanto, allá abajo llegan los malabaristas. Traen consigo esferas como naranjas y bolos multicolores.
Inician los malabares, se van desplazando mundos, miras planetas girando tan veloces que te aturden.
Todo es color en esferas movimientos que no cesan. Cuando de tanto mirar sientes los ojos cansados.
Pensando en esto te quedas cuando sin saber por dónde, cómo, ni cuándo llegaron, descubres a los payasos y aunque aquí tus ojos cierras por un antiguo temor, te das cuenta de una cosa, los payasos no te espantan; son chistosos y espontáneos, sus actos son divertidos y atraen toda tu atención; no sólo provocan risa, también asombro y sorpresa pues hacen actos de magia.
Con ellos viene un bufón como en las Cortes de Reyes. Él se va a la otra pista para demostrar su ingenio en el arte de alegrar y entretener a su público.
Con piruetas, saltos, maromas y otras acrobacias te asombran las gimnastas. Han llegado de repente, vestidas de muchos colores. Por mas que quieres contar no aciertas a saber si son Cinco, diez o veinte; tan rápido que se mueven, pareciera que volaran y que fueran a quebrarse al hacer sus contorsiones.
Aunque te han maravillado las cabriolas de colores, la magia de los payasos, y toda la prestidigitación, ya estás un poco cansado.
De pronto una melodía atrae toda tu atención y ves a la hermosa Colombina danzando alegre en la pista.
Es tal su gracia y donaire que a todos ha embelesado.
Después de mucho bailar se dirige a su columpio. Es ahí cuando el fortachón, Monsieur Mousse, con afán de apantallar enfrente de ella levanta una grada con cien gentes.
Colombina ni se inmuta, pero aplaude al fortachón por no ser maleducada.
El bufón enamorado, suspira fuerte y late su corazón. por la hermosa Colombina ¿Cómo podría conquistarla? ¿Con flores, dulces y cantos? ¿Con maromas o con risas? Mejor contándole un cuento: Todos se sientan y escuchan.
Había una vez en un bosque de un conocido país, una princesa dormida bajo la sombra de un sauce.
Es Lucinda la princesa que aburrida en su palacio, no encontraba diversión y salió a dar un paseo.
Un paseo corto, pensó pues el día menguando está y es menester regresar a la hora de cenar.
Caminaba la princesa repasando pensamientos y tan distraída iba concentrada en abstracciones que ya no supo dónde quedó su palacio.
Comenzaba a oscurecer cuando se sintió extraviada. ¿Por qué distraída iba? se reprochaba a sí misma. “Debo encontrar el camino de regreso al palacio”.
El hada tornasolada que se encontraba en el bosque buscando savia en las plantas para elaborar perfumes, divisó a la princesita y supo que estaba extraviada. ¡Pronto! – se dijo volando; Dejó la sabia labor y mejor se preocupó en proteger a Lucinda, revoloteando en lo alto como una atenta lucecita.
La pobre princesa nuestra camina una y dos horas, le duelen mucho los pies, el cansancio la ha vencido.
Encuentra este sauce llorón y decide descansar, pero se queda dormida.
Mientras Lucinda dormía, el Gran Señor de la Niebla salió de una nube de bruma, causando enorme temor a todos los animales, pero menos a Lucinda que tiene un sueño profundo.
Hay una espesa neblina no se distingue Lucinda.
Se escucha una horrísona voz: -¿Qué hace aquí esta princesa, dormida en mis propiedades? ¡No sabe acaso que el bosque es mío y de nadie más! ¡Y no permito yo a humanos en mis dominios dormir!
Lucinda duerme tranquila pues las hadas del lugar, alertadas en sus troncos salieron todas volando a brindar su protección al sueño de la princesa.
¿Y qué sueña la princesa? Ella sueña en una pista del Circo de los Cien Días donde un caballito blanco da vueltas casi volando.
En su lomo se ve ella vestida de bailarina, danzando siempre ligera y enviando besos alados.
En el bosque sale el sol y ese temido señor de la niebla o la neblina rápido se evaporó.
Ahora el sol está en lo alto cuando manda una emisaria; al hada tornasolada.
Lucinda despierta al fin Y no lo vas tú a creer que en medio del bosque ve, nada mas ni nada menos la Carpa de un Circo Brillante. ¿Adivinas? ¡Eso es! ¡La carpa de los Cien Días!
Se acerca y se anima a abrir la cortina de la magia y lo primero que ve es el caballito blanco dando vueltas a la pista con ligera bailarina sobre su lomo feliz.
Lucinda duda si es real esto que está ella mirando; piensa que sigue soñando y ya se va a pellizcar, cuando sentado en un palco del Circo de los Cien Días, ve ella a su padre el rey muy divertido aplaudiendo.
Todos vuelven la cabeza hacia la linda princesa. Colombina se le acerca y con graciosa caravana, la invita a participar en una hermosa danza, cerrando con broche de oro la función del día de hoy.
FIN |